Cultural

«VIAJE A LA MONTAÑA (SAGRADA): Peregrinajes hacia un ARTE OTRO»

Como parte de su programación de actividades artísticas el ICPNA Cultural presenta la exposición ‘VIAJE A LA MONTAÑA (SAGRADA): Peregrinajes hacia un ARTE OTRO’, del artista Javier Ruzo y bajo la curaduría de Gustavo Buntinx. La muestra se presentará hasta el domingo 17 de diciembre en el Espacio Germán Krüger Espantoso del ICPNA Miraflores (Av. Angamos Oeste 160, Miraflores). El horario de visitas es de martes a domingo de 10 a.m. a 7 p. m.

La obra de Ruzo se adentra en un territorio donde lo místico y lo religioso confluyen. En la compleja y tumultuosa época de la República de Weimar Peruana (1980 – 1992), emerge un arte marcado por tensiones irresueltas, una dialéctica oscilante entre lo social y lo etéreo, lo íntimo y lo público, que fue alimentada por los desmanejos políticos y las violencias inauditas de esa era exorbitada. La obra de Javier Ruzo Ocampo (Lima, 1958), en particular, se erige como un testimonio de esas tensiones, pero también como una réplica, un escape hacia inquietudes enteramente otras. Influida por una larga tradición familiar y las marcas dejadas por su abuelo, Daniel Ruzo de los Heros en la masonería peruana y el esoterismo internacional.

La joven generación de artistas de esa época, incluyendo a Ruzo, se vio empujada hacia una búsqueda continua de lo que nos re-liga, en comunidad y en comunión con la Naturaleza, la Tierra y el Cosmos. Es un arte que se siente visionario, que se sumerge en experimentaciones psicotrópicas y embriaga al espectador con trazas de viajes alucinógenos inducidos por sustancias de uso chamánico, a menudo en diálogo con las influencias de figuras como Timothy Leary, Aldous Huxley y Carlos Castaneda.

En el arte de Ruzo, se encuentra un ansia de Sentido Alterno, una exploración del Paisaje interior y los Mapas del Cielo, que se materializa no solo a través de la poesía, la pintura y la fotografía, sino también mediante videos, performances e instalaciones experimentales. Es un arte fluido y mutable que se adentra en la obscuridad para revelar una claridad radiante, un «Dios interior» que se manifiesta en un exterior absoluto. Se convierte así en un vehículo de una experiencia místico-vivencial, marcada por peregrinajes fácticos y la búsqueda incesante de lo espiritual en su forma más pura.

Las obras de Ruzo están marcadas por una errancia espiritual, un deambular que no busca un destino manifiesto, sino que encarna un asedio, una búsqueda incesante de lo sagrado que imanta a la tierra y a sus imágenes. En este peregrinaje artístico, los espectadores son invitados a un viaje transcultural hacia el inconsciente personal, colectivo y divino, un viaje que, aunque marcado por la lucidez de su visión, se sumerge en la misteriosa profundidad del silencio antiguo y eterno.

Es una invitación a explorar los estertores de la Tierra y la Música de los Cielos, un arte que conecta lo Micro y lo Macro, lo de Arriba y lo de Abajo, y revela en su esencia el clamor del callar antiguo, el flujo cósmico de lo helicoidal que resuena entre los confines del universo celular y sideral.