Por Roberto Lepin, director de Servicios para el Clúster Sur Andino de Schneider Electric
El Perú atraviesa una etapa decisiva en materia energética. Mientras la matriz eléctrica avanza con una base hidroeléctrica sólida y un crecimiento sostenido de las energías renovables, el consumo final sigue dependiendo de combustibles fósiles. Esta brecha marca un desafío estratégico: acelerar la transición sin comprometer la competitividad ni la seguridad energética del país.
En 2023, el sector energético fue responsable de aproximadamente el 12,7 % de las emisiones nacionales, con 11,88 millones de toneladas de CO₂ equivalentes. Las emisiones totales alcanzaron los 58,4 millones de toneladas, un incremento de 2,44 % respecto al año anterior. Son cifras que confirman la urgencia de transformar el sistema energético desde la eficiencia y el cumplimiento regulatorio hacia un modelo más sostenible.
El consumo eléctrico per cápita también es un termómetro claro. En 2025, el Perú registró 1 761 kWh por habitante, una ligera caída respecto al pico de 1 869 kWh en 2024. Este comportamiento refleja que la gestión energética debe dejar de ser reactiva y convertirse en un componente estratégico de las operaciones, anticipando escenarios de demanda y fortaleciendo la resiliencia.
A ello se suma, que el 43,6 % del consumo final proviene del petróleo y el 25,7 % del gas natural. La descarbonización no se logrará únicamente desde la oferta eléctrica, sino desde una transformación profunda de la demanda. La eficiencia energética debe ocupar un rol central en la estrategia de cumplimiento de las organizaciones. Auditorías técnicas, modernización de activos eléctricos y digitalización de la gestión ya no son opciones; son condiciones para operar de forma competitiva y responsable.
La estructura de la matriz eléctrica peruana también muestra señales claras de transformación. A julio de 2025, la generación se distribuía en 45 % hidroeléctrica, 41 % gas natural, 9,4 % eólica y 4,4 % solar. Esta composición confirma que el país cuenta con una base renovable relevante, pero aún complementada de forma significativa por fuentes fósiles. Consolidar esta transición requiere visión regulatoria, inversión sostenida y un compromiso empresarial que acelere el cambio sin comprometer la seguridad energética.
Pero la solución no pasa solo por aumentar la capacidad instalada: se trata de construir un ecosistema que permita que esa energía fluya de forma más eficiente y limpia. Esto implica agilizar la aprobación de proyectos renovables, modernizar la red eléctrica para integrar nuevas fuentes y promover esquemas de generación distribuida que empoderen a más actores. Además, un marco regulatorio estable y una inversión pública y privada coordinada pueden marcar la diferencia entre una transición lenta y una transformación real del sistema energético.
La transformación energética va más allá de declaraciones o compromisos aislados. Requiere visión, planificación y ejecución sostenida. El cumplimiento debe asumirse como una plataforma para innovar y generar valor. Las empresas que incorporen la sostenibilidad en el centro de su estrategia energética estarán mejor preparadas para anticiparse a regulaciones más estrictas y responder con solidez a un mercado global que demanda acciones concretas frente al cambio climático.