Opinión

La onda expansiva de un conflicto lejano: ¿Cómo el pulso entre Israel e Irán golpea a América Latina?

El Medio Oriente ha vuelto a ser el epicentro de la tensión global. El reciente y preocupante escalamiento entre Israel e Irán, con la notoria intervención de Estados Unidos este fin de semana, ha encendido las alarmas en un mundo que aún intenta estabilizarse de crisis anteriores. A miles de kilómetros de distancia, en América Latina surge una pregunta clave: ¿cómo puede este conflicto, que parece tan ajeno, impactar nuestras economías? La respuesta es clara y compleja: las ondas de choque de esta confrontación tienen el potencial de afectar significativamente la estabilidad económica de nuestra región.

La primera y más evidente conexión es el precio del petróleo. Cualquier inestabilidad en el Medio Oriente —una de las principales regiones productoras de hidrocarburos del mundo— se traduce casi de inmediato en una fuerte volatilidad en los mercados energéticos. Irán es un actor clave en la OPEP y en el transporte marítimo de petróleo a través del estrecho de Ormuz. Un conflicto prolongado o una interrupción en el suministro no solo dispararía el precio del barril de crudo, sino que también elevaría los costos de transporte y producción a nivel global. Para las economías latinoamericanas, muchas de ellas importadoras netas de petróleo, esto significaría un aumento directo en el costo de la vida, encarecimiento de la energía y, por ende, presiones inflacionarias que golpearían el bolsillo de nuestros ciudadanos. Aquellos países exportadores de crudo en la región podrían ver un beneficio momentáneo, pero la inestabilidad global que acompaña estos picos de precios suele ser más perjudicial a largo plazo.

En segundo lugar, la incertidumbre geopolítica generada por este tipo de conflictos provoca una huida de capitales hacia activos considerados más seguros. En momentos de crisis, los inversores tienden a retirar su dinero de mercados emergentes, como los de América Latina, para colocarlo en bonos del tesoro de Estados Unidos u otras inversiones de menor riesgo. Esta salida de capitales puede debilitar nuestras monedas, encarecer el acceso a financiamiento para gobiernos y empresas, y dificultar la inversión productiva necesaria para el crecimiento económico. La depreciación de nuestras divisas, a su vez, encarece las importaciones y alimenta aún más la inflación.

Además, no podemos subestimar el impacto en las cadenas de suministro globales. Aunque el conflicto se desarrolle en el Medio Oriente, la interconexión de la economía mundial implica que cualquier disrupción en una región clave puede tener efectos dominó. Retrasos en el transporte marítimo, aumento de los costos de los fletes, o incluso escasez de ciertos componentes o materias primas podrían afectar la producción y distribución de bienes en América Latina, generando cuellos de botella y presiones inflacionarias adicionales.

La intervención de Estados Unidos en este pulso añade una capa de complejidad. Si bien busca contener la escalada, también subraya la gravedad de la situación y la potencial implicación de potencias globales, lo que a su vez eleva el nivel de riesgo percibido por los mercados. Las decisiones políticas y económicas de Washington, en respuesta al conflicto, también tendrán repercusiones directas en nuestra región, especialmente en términos de comercio y flujos de inversión.

En un continente que aún lucha por consolidar su crecimiento económico y reducir la desigualdad, la sombra de un conflicto en el Medio Oriente es un recordatorio de nuestra vulnerabilidad en un mundo interconectado. No podemos permitirnos la autocomplacencia. Nuestros gobiernos y economías deben estar preparados para mitigar los impactos, diversificar nuestras fuentes de energía, fortalecer nuestras reservas y buscar mecanismos de cooperación regional que nos permitan afrontar mejor la incertidumbre global. La paz en el Medio Oriente no es solo un anhelo humanitario; es también un pilar fundamental para la estabilidad económica en nuestra propia casa.